Durante mucho tiempo tuve la costumbre de planificar mi vida, de visualizarme en cada una de las etapas y de intentar llegar a ellas con la mayor rapidez posible sin darme la oportunidad de disfrutarlas. Hasta que, en tan solo media hora, comprendí que estaba muy equivocada viviendo en el futuro y tuve que aprender, de la peor manera, a disfrutar del presente.