Desde la alta Edad Media la ruta compostelana consagró un espacio sagrado recientemente revalorizado por la cultura contemporánea; una vía de purificación espiritual en la que, durante siglos, los fieles acudieron para solicitar la mediación de Santiago el Mayor. Los peregrinos medievales que realizaron su camino hasta el sepulcro del apóstol Santiago tenían como motivaciones religiosas la búsqueda de indulgencias para la vida en el Más Allá. Una suerte de contabilidad de ultratumba que lograba una estancia menos prolongada en el purgatorio, mediante su esfuerzo peregrinatorio y su firme voluntad de regeneración.
El camino de Santiago participaba, por lo tanto, de una cosmovisión muy particular, en la que la búsqueda de la patria celestial y la creencia en un mundo mejor, más allá de la muerte, constituían el aliciente básico y fundamental para animar a las masas piadosas. El pensamiento de la Europa medieval occidental giraba en torno a la religión cristiano-romana, y por eso las peregrinaciones mayores (Roma, Jerusalén y Santiago) y su poder para otorgar el mayor número de indulgencias a los peregrinos, constituían un fenómeno popular y espontáneo de grandes proporciones y de enorme influencia cultural y social.
En la actualidad los peregrinos acuden a Santiago por diversos motivos. El puramente religioso, tal y cómo se entendía en la Edad Media, no debe descartarse, aunque matizado y actualizado por la sensibilidad cristiana actual. Budistas, sintoístas, luteranos, calvinistas y miembros de otras iglesias cristianas peregrinan a Compostela con un sentimiento espiritual contemporáneo, buscando una vivencia interior intensa y emocionante.
De igual modo hay que tener en cuenta el contacto permanente con la Historia y la naturaleza, al transcurrir el camino de Santiago por una geografía sagrada con muchos siglos de historia y cultura, siendo el propio camino un espacio sagrado en sí mismo. Un espacio en el que se integra el peregrino, reviviendo la misma o parecida experiencia que otros millones de peregrinos han tenido a lo largo del tiempo.
No se trata, en definitiva, de un camino en la distancia, de una peregrinación que transcurre por un número definido de kilómetros; es, más bien, una peregrinación que, a través de un entorno natural y de fuerte carga histórica, emocional y cultural, lleva al peregrino a un encuentro interior, a un diálogo consigo mismo, con los compañeros de la ruta y con las poblaciones del camino, relacionándose con el tiempo, más que con el espacio.